Lean este comentario bajo sospecha, pues desde que conocí a Julio, disculpen la familiaridad pero son muchos años ya de relación, su mundo, sus mundos, son parte de mi territorio. Y si la objetividad tiene una empecinada tendencia a moverse por las tinieblas, en este texto está desterrada.
Julio Cortázar nació en 1914 en Bruselas como producto del turismo y la diplomacia, según aseguró el propio autor. Cuatro años más tarde se traslada con su familia a Banfield (Buenos Aires). Abandonado por su padre vive, junto a su madre, una tía y su abuela, una infancia convaleciente, de lecturas y primeros escritos. Cursa estudios para maestro y combina la docencia con la creación literaria. Tras obtener una beca se traslada a París en 1951 donde realiza labores como traductor para la Unesco. Alli fallece en 1984.
Ensayista, novelista, poeta y cuentista renovó la narrativa desde el lenguaje, con un estilo donde oralidad y literatura escrita se funden sin pliegues, sin disonancias, formando un todo. Construcciones que parten de su origen hacia una proyección universalista. Creó escenas, atmósferas, historias, algunas inquietantes, que fluyen y atrapan desde la primera palabra hasta el último punto. Con Rayuela se arriesgó y en algunos sectores fue tachada de antinovela, acusación que Julio Cortázar rechazó y, él mismo, la calificó próxima a una contranovela. Él conmina al lector, tradicionalmente pasivo de novelas, a reivindicarse, a tomar parte y acción en el libro, a no depender de la voluntad soberana del narrador y transgredir el orden de lectura y a situarse en el plano del autor. Es, sin duda, un paso más en la experimentación creativa.
La obra del escritor argentino es amplia y de recomendable y constante relectura, especialmente sus cuentos. Mi intención, en este apartado, no es analizar su trayectoria artística sino referirme a un alimento básico en la dieta de los canarios, que traspasa fronteras y que recala en sus creaciones literarias.
Canarias, conquistada e incorporada a la Corona de Castilla en el siglo XV, estaba poblada por los guanches. Aborígenes que, junto a su lengua, se extinguieron, pero se han conservado algunas costumbres y vocablos, sobre todo topónimos, de plena vigencia en la actualidad. La palabra que más se ha difundido es la de gofio. La Real Academia de la Lengua la define como: (voz guanche) harina gruesa de maíz, trigo o cebada tostado y azúcar. Y el Diccionario de María Moliner, es más explícito: Alimento típico de Canarias y de algunos países hispanoamericanos elaborado a base de harina tostada, especialmente de maíz, que se toma mezclada con agua, caldo, leche o miel y en ocasiones azucarada, según la costumbre de cada lugar. El término, el producto, y las técnicas de su elaboración partieron del Archipiélago en barcos, en las escasas pertenencias de los canarios que emigraron a Cuba, a Santo Domingo, a Venezuela, a Uruguay, a Argentina a Brasil, y a tantas partes de América Latina espolvoreándose por arrabales y cuadras, por distritos y ranchos, hasta interponerse entre el hambre y la pobreza.
El gofio trasciende la suave textura beige, el sabor a millo (maíz en canario), trigo, cebada, centeno tostado y dulzón, a lenguaje literario, a cuento, a fragmento de novela, en la obra de Julio Cortázar.
Así lo cita en Rayuela, concretamente en el capítulo 4:
Julio Cortázar nació en 1914 en Bruselas como producto del turismo y la diplomacia, según aseguró el propio autor. Cuatro años más tarde se traslada con su familia a Banfield (Buenos Aires). Abandonado por su padre vive, junto a su madre, una tía y su abuela, una infancia convaleciente, de lecturas y primeros escritos. Cursa estudios para maestro y combina la docencia con la creación literaria. Tras obtener una beca se traslada a París en 1951 donde realiza labores como traductor para la Unesco. Alli fallece en 1984.
Ensayista, novelista, poeta y cuentista renovó la narrativa desde el lenguaje, con un estilo donde oralidad y literatura escrita se funden sin pliegues, sin disonancias, formando un todo. Construcciones que parten de su origen hacia una proyección universalista. Creó escenas, atmósferas, historias, algunas inquietantes, que fluyen y atrapan desde la primera palabra hasta el último punto. Con Rayuela se arriesgó y en algunos sectores fue tachada de antinovela, acusación que Julio Cortázar rechazó y, él mismo, la calificó próxima a una contranovela. Él conmina al lector, tradicionalmente pasivo de novelas, a reivindicarse, a tomar parte y acción en el libro, a no depender de la voluntad soberana del narrador y transgredir el orden de lectura y a situarse en el plano del autor. Es, sin duda, un paso más en la experimentación creativa.
La obra del escritor argentino es amplia y de recomendable y constante relectura, especialmente sus cuentos. Mi intención, en este apartado, no es analizar su trayectoria artística sino referirme a un alimento básico en la dieta de los canarios, que traspasa fronteras y que recala en sus creaciones literarias.
Canarias, conquistada e incorporada a la Corona de Castilla en el siglo XV, estaba poblada por los guanches. Aborígenes que, junto a su lengua, se extinguieron, pero se han conservado algunas costumbres y vocablos, sobre todo topónimos, de plena vigencia en la actualidad. La palabra que más se ha difundido es la de gofio. La Real Academia de la Lengua la define como: (voz guanche) harina gruesa de maíz, trigo o cebada tostado y azúcar. Y el Diccionario de María Moliner, es más explícito: Alimento típico de Canarias y de algunos países hispanoamericanos elaborado a base de harina tostada, especialmente de maíz, que se toma mezclada con agua, caldo, leche o miel y en ocasiones azucarada, según la costumbre de cada lugar. El término, el producto, y las técnicas de su elaboración partieron del Archipiélago en barcos, en las escasas pertenencias de los canarios que emigraron a Cuba, a Santo Domingo, a Venezuela, a Uruguay, a Argentina a Brasil, y a tantas partes de América Latina espolvoreándose por arrabales y cuadras, por distritos y ranchos, hasta interponerse entre el hambre y la pobreza.
El gofio trasciende la suave textura beige, el sabor a millo (maíz en canario), trigo, cebada, centeno tostado y dulzón, a lenguaje literario, a cuento, a fragmento de novela, en la obra de Julio Cortázar.
Así lo cita en Rayuela, concretamente en el capítulo 4:
Un pajarito en la cabeza, se decía Oliveira. No ella sino él. ¿Pero qué tenía ella en la cabeza? Aire o gofio, algo poco receptivo. No era en la cabeza donde tenía el centro.
Allá por el año del gofio Lucas iba a muchos conciertos y dale con Chopin, Zoltan Kodaly, Pucciverdi y para qué te cuento Brahms y Beethoven y hasta Ottorino Respighi en las épocas flojas.
Un buen día Julio harto de referenciar el gofio en entradas de relatos, pasaje anecdótico de novela, se lanza a la alberca y construye una divertida historia: Nadando en la piscina de gofio, donde, además, escribe una nota aclaratoria:
Que, por si no se sabe, es harina de garbanzos molida muy fina, y que mezclada con azúcar hacía las delicias de los niños argentinos de mi tiempo. Hay quien sostiene que el gofio se hace con harina de maíz, pero sólo el diccionario de la academia española lo proclama y viene en unas bolsitas de papel que los niños se llevan a la boca con resultados que tienden a culminar en la sofocación. […]
CORTÁZAR, J.: Cuentos completos. Madrid. Alfaguara, 2009
CORTÁZAR, J.: Rayuela. Barcelona. Edhasa, 1983
Página web de Julio Cortázar: http://www.juliocortazar.com.ar/
Casí desconocido por mi, a no ser por alún comentario de mis padres GOFIO.
ResponderEliminarExelente tu pensamiento final. coincido.
Cariños!
Perla, es curioso como un alimento, elaborado por los antiguos pobladores de las Islas Canarias, emigra con su nombre específico desde este Archipiélago y se convierte en un alimento básico de la dieta de muchos lugares de América Latina. Y hemos tenido la dicha de que recalara en la pluma de Julio Cortázar. Ahí ya el producto se eleva a la categoría de literatura.
ResponderEliminarGracias por entrar en este Café. Un abrazo