La canícula de agosto caía implacable sobre la ciudad. Armando caminaba lento y sofocado, como si barriera la acera de lado a lado con su bastón. Entró en el zaguán de casa y me pidió un vaso de agua fría, helada, me suplicó. Me enganché a su brazo y lo acompañé al rincón más fresco del patio, junto a la destiladera cubierta de helechos, por si allí era posible ahuyentar el calor caliginoso de la tarde. Bebió un largo y pausado trago y fue, entonces, cuando me preguntó si el agua era de color azul. No, es transparente, respondí. Sí, ¿pero es azul?, volvió a insistir. El azul, miré al cielo turbio por si encontraba ayuda, es una forma de entender el mundo, de pasar por la vida … Armando arrugó el entrecejo. Sí, toca este trozo de hielo, unido a otros miles, millones de cubos, forma un glaciar, nieve sobre nieve acumulada, pero es eso un paisaje. El azul que tú necesitas y que yo siento, es variable y está dentro, no se ve solo se sufre o produce placer. Cuando Jorge se marchó con mi mejor amiga, los días se volvieron grises y las noches azules. Armando ¿recuerdas el verano que bajé por el Misisipi, desde Chicago a Nueva Orleans y las sesiones de blues a las que asistí por cada ciudad que pasaba? La felicidad se volvió líquida y azul. Las emociones me transportaban en barcos de vapor a garitos repletos de dicha. Sí, porque podía rozar el cielo con la palma de la mano. La mañana que encontraste a tu madre muerta sobre la cama y llegaste a casa dando voces, golpeando la puerta, bajo el desplome de una borrasca de otoño, era del color que crees no conocer aún. Y el primer verso que me hiciste leer, ese que te pareció pasado, yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana. Armando sonrió. O cuando me tocaste los pechos por error, según me juraste. Y es azul el sonido que roza la arena, trepa, serpentea por las rocas, entre los callaos, con ese olor a sal marítima. El azul, Armando, no es azul, son muchos azules. Pero si aún albergas alguna duda sobre la tonalidad del color, pronto lo tendrás claro, perdón; Armando arqueó ligeramente la comisura de los labios. Es como si en la noche en la que tú vives, y que tan bien conoces, colocara un dispositivo que te transportara al otro lado de la oscuridad. En las películas antiguas los fotógrafos instalaban un filtro azul delante del objetivo de la cámara para crear una escena nocturna. Es la noche americana. Armando buscó mi mano sobre la mesa, es azul, también es azul.
!Que bonito! Realmente me impresiona la capacidad de descripción que tienes ( y de narrativa). Nos hiciste testigo del relato y fuimos testigos de todos los colores que impreganan la vida de la protagonista ( asociados a sus emociones).
ResponderEliminarHe disfrutado leyéndote.
Un cordial saludo Felicidad.
Mariela, es honor que me leas. Gracias por tus comentarios, intentaré merecerlos.
ResponderEliminarHe entrado por casualidad a tu página y la verdad es que me ha encantado leerte...lo haces muy bien...un saludo
ResponderEliminarFibo, gracias por recalar en mi Café y por tus palabras tan amables, me pasaré por tu Caharrería.
ResponderEliminarSaludos, te leeré