Los músicos fueron ubicándose en sus distintas secciones y una extraña cacofonía invadió la sala. Los violines, cerca del público, con las violas y los chelos, los instrumentos de viento y metal detrás, el piano y el arpa, los contrabajos a un lado y la percusión cerrando la orquesta. La sala se oscureció y sólo fulgían los destellos de las trompas, trompetas y trombones. El director salió por una puerta lateral, cruzó el escenario en penumbra, tendió la mano al primer violín, saludó al público que palmeaba por cortesía. Nos dio la espalda, levantó los brazos como un águila abre sus alas antes de echar a volar. Sus manos comenzaron a aletear con las primeras notas de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Poco me importaba el sonido destilado, los contrapuntos coloristas, los arpegios acompasados. Mi mirada viajó por la platea y se posó sobre sus hombros, lo abracé en la distancia como tantas veces, desde aquel otoño cuando tropecé con Gabor Jaceck a la salida de un hotel y sus partituras rodaron y se desordenaron por la acera y la calzada, y mi ordenador fue a parar a un charco de lodo; él juró en arameo, luego supe que era en húngaro, y yo en canario. Y de aquellos sonidos discontinuos vino una cena y la noche que envolvió nuestros cuerpos en una banda sonora desconocida, hasta entonces, para mí. Los edificios de Nueva York, la ensenada del río Hudson arribaron a la sala desde las partituras, pero yo permanecía en cada una de las habitaciones de los hoteles donde nos encontrábamos durante aquellos años. Un día me dejó una nota en la recepción que decía: cuando nos volvamos a ver será bajo esa ola que sale del Atlántico y parece suspendida por una glaciación repentina, allí te esperaré. Los aplausos sellaron el concierto. Los músicos se levantaron varias veces, Gabor auscultó, en la oscuridad, los rostros de quienes lo ovacionaban.
La dirección sostenida dejó traslucir la maestría del profesor magiar que condujo la orquesta bajo las olas, sobre el mar por el que navegan las esperanzas a un mundo de oportunidades, de rascacielos iluminando la noche que como faros vigías nos transportan al lenguaje musical de un hombre apasionado. Este párrafo es el único que salvaré para la crónica que enviaré mañana al periódico. Ya es madrugada y Luis me llama desde la cama.
Guau, lo he disfrutado. Seguiré las entradas de tu blog con fruición...
ResponderEliminarMe encantó leerte Felicidad. Nos haces testigos de tantas emociones. Un gusto leerte.
ResponderEliminarCordiales saludos.
Gracias Mayte, por pasarte por mi Café, tener la paciencia de leerme y ser tan amable en tus intenciones de seguir visitando mi blog. También me adentraré en los Avarares de una Amazona. Nos comentamos.
ResponderEliminarMaravilloso relato, donde reflejas que detrás de la música, con sus partituras y atriles, están los más infinitos sentimientos que nos llevan a poder transmitir. Antonio Abreu
ResponderEliminarMariela cómo agradecer tus palabras y tus visitas a mi Café. Es un honor. Ánimo en estos días de adioses y despedidas.
ResponderEliminarTony gracias por tu comentario. La alegría es mayor, si cabe, viniendo de un maestro de coro de tanta calidad y profesionalidad. Gracias, también, por tu asesoramiento en el arte de la música.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu ánimo Felicidad. Un abrazo desde Mendoza.
ResponderEliminarEn primera fila....
ResponderEliminarMe gustó la similitud del águila al abrir sus alas con la apertura del director...
Magnífica redacción..un lujo leerte
Mirella
Mirella gracias por venir desde el otro lado del Atlántico a mi Café Literario y por tus cometarios, para mi es un lujo que me leas.
ResponderEliminarun abrazo Felicidad, gracias por tu huella sé siempre bienvenida a mi rincón de creación poética
ResponderEliminarUn relato muy bueno, su hilo conductor es bastante amigable y no complica al ojo lector
Felicitaciones
ten un inicio de semana precioso
Una preciosidad de relato. ¡Qué bien lo cuentas!
ResponderEliminarY ese final... ¡Mmmm! ¡Sorprendente!
Sin duda volveré por aquí.
Un saludo.
Gracias Elisa por venir desde Chile a este Café liteario y por tu comentario, no dejaré de frecunetar tu rincón poético.
ResponderEliminarUn abrazo
María José me alegra que leas mi blog, espero que sigas pasando por aquí y gracias por tu amable comentario
ResponderEliminarBuenísimo, muy sugerente!!
ResponderEliminarUn gran abrazo!!
Patricia, una enorme alegría verte por aquí. Gracias como siempre por tus amables comentarios.
ResponderEliminarUn abrazo
Lo mejor: el remate final del texto, esa última línea arroja luz sobre todo lo demás, devela la historia pasada y lo no escrito adquiere enorme presencia. Un gusto llegar por aquí. Te dejo mis saludos fraternos desde el confín austral!
ResponderEliminarEva, bienvenida a este Café literario, situado en las Islas Canarias. Sí, el final, es el que enciende todas las luces de la sala y deja al descubierto el secreto.
ResponderEliminarTú blog me encanta en la forma y en el contenido.
Un abrazo a ese confín austral de Chile