
domingo, 29 de mayo de 2011
Buenos Aires 1929

domingo, 22 de mayo de 2011
Detrás del silencio

domingo, 15 de mayo de 2011
Tardes en Bórcor

Conduzco por la carretera angosta, ondulándose entre lavas y pumitas, que trepa hacia las montañas y me adentro por las calles que me devuelven veinte años de ausencia. De guardar Bórcor entre los vestigios de una ciudad perdida y buscada en la lejanía. Hubo días que dudé de su existencia, de si necesité inventarme un lugar secreto que ocultaba mi origen. Los laureles de indias siguen agolpados en el centro, junto a la iglesia, las vías y las plazas asaetean mi nostalgia y las nuevas urbanizaciones invasoras de tierras de pasto y juegos se levantan como látigos que hieren mis recuerdos.
Me acerco al parque donde consumí tantas horas de niñez y adolescencia. Ando los senderos del silencio, la mirada furtiva, cazadora de un instante, depredadora de pensamientos, de preguntas huérfanas de respuestas. Y emerge aquella tarde en la que el viento se enredaba entre los árboles esquilmados por la férrea dieta del otoño y las hojas secas de arce alfombraban el suelo. Fue la última vez que lo vi. Lo esperé impaciente en mi banco, del que tomé posesión cuando fue abandonado por una pareja de amantes, con un libro de poemas de Luis Feria entre las manos, simulando que leía. Cerré el tomo y como el farero que aguarda el chapoteo del último barco antes de que la noche se vuelva amanecer, escruté detenidamente los caminos y allí apareció del brazo de su mujer. Él no se percató de mi presencia, como siempre. Yo, en cambio escuché el crujido de la hojarasca bajo sus botas. Hoy camino sobre las hojas caídas por si la extraña melodía de aquellos otoños me devuelve la presencia fugaz del que decían era mi padre.
Me acerco al parque donde consumí tantas horas de niñez y adolescencia. Ando los senderos del silencio, la mirada furtiva, cazadora de un instante, depredadora de pensamientos, de preguntas huérfanas de respuestas. Y emerge aquella tarde en la que el viento se enredaba entre los árboles esquilmados por la férrea dieta del otoño y las hojas secas de arce alfombraban el suelo. Fue la última vez que lo vi. Lo esperé impaciente en mi banco, del que tomé posesión cuando fue abandonado por una pareja de amantes, con un libro de poemas de Luis Feria entre las manos, simulando que leía. Cerré el tomo y como el farero que aguarda el chapoteo del último barco antes de que la noche se vuelva amanecer, escruté detenidamente los caminos y allí apareció del brazo de su mujer. Él no se percató de mi presencia, como siempre. Yo, en cambio escuché el crujido de la hojarasca bajo sus botas. Hoy camino sobre las hojas caídas por si la extraña melodía de aquellos otoños me devuelve la presencia fugaz del que decían era mi padre.
domingo, 8 de mayo de 2011
Esquina a Corrientes*

A veces, las dudas me cercan, actuando como cíngulos que amenazan con estrangularme ¿y, si como le ocurrió a mamá, la luz vigía se apaga?¿y si su enfermedad se quedó agazapada detrás de este espejo, en su azogue cruel, o bajo la cama, o en una gaveta de la cómoda o en el sillón en el que permaneció exiliada en su territorio de desmemoria?¿y si el mal se esconde para darme el zarpazo, tumbarme las palabras, suprimirlas, secuestrarme los recuerdos, los hijos, reducirme la vida entera a la nada? No, la muerte reciente de mamá aún me afecta. Acudo al living donde Raúl celebra un gol frente al televisor.
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